Ríos de tinta han corrido en los últimos tiempos respecto a la empatía, una de las piedras angulares de la inteligencia emocional. Leemos sobre la importancia de ser empáticos, sobre los beneficios sociales y personales de la empatía, mejora el clima laboral, mejora la comunicación, reduce el estrés, me ayuda a crecer como persona o mejora mi sensación de bienestar. Pero pocas veces nos enseñan a calibrar, a controlar y a diferenciar la empatía de sus primas la simpatía, la compasión o el efecto de desgaste por la fatiga del sufrimiento empático.
La empatía es un mecanismo adaptativo que nos permite aprender, el ser humano es un ser social y para sobrevivir necesita entender las interacciones y emociones que provocan las conductas de sus semejantes.
El contagio de las emociones responde a esta función, cualquier recién nacido es capaz de distinguir las expresiones de alegría y tristeza, además somos capaces de sentir esa alegría, esa tristeza o el dolor de los demás con respuestas fisiológica de patrones similares a los de los demás, es así como aprendemos las nuestras propias.
Este poder de activación fisiológica lo tenemos gracias a las neuronas espejo, estas se ponen en marcha igual que en el cerebro de nuestros semejantes, sin necesidad de razonar, sin necesidad de pensar y racionalizar, simplemente sentimos porque se activan las mismas neuronas en el observador que en el que actúa.
Sin embargo, aunque la activación de unas determinadas neuronas en unas personas y otras tiene consecuencias similares, estas no son idénticas, los patrones de respuesta de cada individuo se verán modificados según la genética y experiencias vitales acumuladas en cada persona, nuestra biografía marca la diferencia.
En ocasiones, la emoción que sentimos la interpretamos desde nuestra propia experiencia sin tener en cuenta la experiencia del otro es muy diferente, y con la mejor intención, actuamos en la línea de nuestro interés, perjudicando el del otro.
En otras ocasiones perdemos la medida y nos esmeramos tanto que nos pasamos de frenada y confundimos la comprensión de los intereses del otro con los nuestros propios, llegando a perder de vista los nuestros para favorecer la prevalencia de los intereses del otro.
Cuando no solo prevalecen los intereses del otro, sino que la conexión con el otro es tan grande que se desea compartir su suerte y su compañía, cuando se busca gozar del agrado del otro, eligiendo entre el repertorio de conductas y emociones aquellas que se sabe serán de su agrado, habremos pasado de la empatía a la “simpatía”. La simpatía es el trabajo de gustar, caer bien, de ganar la confianza y aprecio del otro.
Si lejos de desear compartir la suerte y compañía del otro, lo que sentimos es lástima o preocupación por la situación o emoción del otro, tampoco estaremos sintiendo empatía sino “compasión”. Sentir compasión implica aceptación de la propia condición de vulnerabilidad, es fruto de la solidaridad con el sufrimiento ajeno, especialmente cuando se percibe como una injusticia, sin embargo, el sentimiento de compasión implica sentirse “a salvo” por el momento de la situación del otro, no se desea compartir su suerte, ni siquiera, permanecer siempre en su compañía.
Pero la empatía no es unidireccional, es recíproca, este traspaso de información continua genera un gran desgaste energético por el desgaste de físico de la transmisión de información y por el desgaste emocional de gestión de la propia emoción y de la del otro.
Una buena gestión de la empatía puede ayudarnos a reducir consumo energético mejorando las relaciones y reduciendo los conflictos. Como en tantas ocasiones, la información es poder, si conozco qué es lo que piensa y siente el otro, podré interpretar desde su experiencia y no desde la mía, sus pensamientos y sentimientos sin el filtro de mi propia experiencia. La fórmula para adquirir información siempre es la misma, la comunicación, si observo, pregunto y confirmo con el otro, qué le gusta o le disgusta, qué emoción le produce tal o cual conducta, respuesta o pensamiento míos, tendré en mi mano responder relacionarme con seguridad y asertividad reduciendo el impacto de determinadas decisiones.
Recordando que la empatía tiene un carácter bidireccional, si quiero que la relación sea recíprocamente saludable, informaré al otro, de qué me gusta o disgusta, qué emoción me produce tal o cual conducta, respuesta o pensamientos suyos.
¿Cuándo sé que necesito practicar la empatía?
– Cuando sientas que una situación o persona consumen tu energía.
– Cuando una situación o persona te causen estrés, irritabilidad, te hagan perder los nervios.
– Cuando hagas perder los nervios o la paciencia a alguien.
– Cuando estés evitando a alguien.
– Cuando te estén evitando.
¿Qué tengo que hacer para practicar la empatía?
Recoge por escrito toda esta información:
1.Ante esa conducta de otra persona y, siempre, antes de emitir una respuesta o conducta distingue si sientes:
– Empatía.
– Simpatía.
– Compasión.
2.Ante una respuesta diferente a “empatía”, reconduce de manera objetiva la situación a la de “empatía”.
3.Pregunta por sus intereses, gustos y emociones.
4.Identifica tus intereses, gustos y emociones.
5.Comunica tus intereses, gustos y emociones.
6.Confirma siempre, da y pide feedback sobre la repercusión de las cosas importantes.
7.Responde ahora con la información recogida.
8.¿Ha mejorado tu percepción de cómo se siente la otra persona?
9.¿Ha mejorado tu sensación de agotamiento, estrés o enfado a las habituales?
10.Si la respuesta a la pregunta 9 es “Sí”, replica el modelo en situaciones futuras, si la respuesta es “No”, revisa, completa y modifica las respuestas, lograrás eses “Sí”.
Puede parecer un poco tedioso al principio, pero si desarrollas esta lista con aquellas personas y situaciones en las que sientes que te falta la energía o que te generan estrés o enfado. Estarás permitiendo que la empatía reduzca tu estrés y te ayude a mejorar tu calidad de vida.
Autora:
Valle Molinero Balseiro
Licenciada en psicologia industrial y experta en programas en gestión del estrés y la ansiedad
Número de colegiado: M- 33177
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